jueves, 27 de septiembre de 2018

la hoja perdida de mi diario

Hace un mes atrás, me empezó a salir sangre de la nariz. Al principio pensé que sería por una venita que se habría reventado al sonarme fuerte, luego pensé que era porque habría quedado una costrita, pero comenzó a ser frecuente, casi interdiario y de la nada. Como cuando te da gripe y tu nariz parece caño que ni tiempo te da de tomar un pañuelo o papel.

Luego empecé a sentir fuertes dolores de cabeza (al lado izquierdo y luego en la parte inferior de atrás) cuando nunca antes había padecido de ello. Por lo que me empecé a preocupar, sentía que algo no andaba bien, mi cuerpo no estaba funcionando como normalmente lo hace. Pensé que tal vez podría tratarse de una menopausia precoz ya que andaba mal humorada también. Pero aún así no le di importancia y dije "ya pasará".


Y así andaba con mis molestias, hasta que un día... ¡me desplomé!. Sabía que no era por embarazo, lo otro podría ser por la alimentación. Así que sólo por eso fui al doctor, le comenté mis molestias y que estaba comiendo normal, por lo que me mandó a hacerme una variedad de exámenes, que supuse que era para sacarme plata, como todas las clínicas.

Fui a mi cita con el doctor, normal como cualquier otro día, sólo tenía miedo de lo que me vayan a recetar, yo odio las pastillas porque no las puedo pasar. En si, tengo más miedo de pasar por farmacia que por el mismo consultorio. Así que entré rápido para salir rápido y todo andaba normal hasta que el doctor empezó a revisar los resultados y su expresión cambió radicalmente, su sonrisa desapareció y con voz seria me dijo: te tengo que derivar a otra especialidad. Obviamente pregunté por qué, ¿qué es lo que tengo? y para qué hice esa pregunta. Mientras el doctor me iba explicando, lo primero que pensé fue ¡mi familia! ¿qué pasará cuando se enteren? ¿cómo lo tomarán? a mi papá le chocaría, a mi mamá la destrozaría, a mi hermana la deprimiría, a mi esposo... uhmm a él no se cómo le afectaría, con lo duro que es y hasta fácil me encuentra reemplazo. ¡Mis hijos! ¿qué será de ellos? no puedo dejarlos tan pequeñitos ¡no debería! ¿con quién se quedarían? ¿quién los cuidaría? ¿Mis padres? no, ellos ya deben estar cansados como para volver a criar a 2 hijos más. ¿Mi hermana? no, aún es joven y tener a 2 niños le alejaría los pretendientes y ella debería tener los suyos. ¿A su padre? él se los dejaría a sus padres. Y así, mientras me hacía mil preguntas sólo veía al doctor que me hablaba, más no lograba escucharlo. La voz en mi cabeza era más fuerte.


Ya se imaginarán cómo salí, aturdida, con muchas preguntas sin respuestas. No recuerdo por cuánto tiempo caminé pero nunca antes había sentido pasar el tiempo tan lento, tiempo que a partir de ahora estaría contado.

Pasaron los meses y pude mantener en secreto mi enfermedad, pero no por mucho. Empecé a verme demacrada, bajé mucho de peso y me sentía demasiado débil, al comienzo les dije que tenía anemia y por eso me sentía así. Me rehusaba a cambiarles la vida, suficiente con la mía. Sabía que si les contaba lo que en verdad me sucedía, sus vidas cambiarían, estarían tan pendientes de mi que no vivirían sus vidas como me gustaría que fuera.



Ha pasado más de medio año y siento que he disfrutado al máximo cada instante al lado de ustedes, he disfrutado mucho sus risas, sus anécdotas, sus alegrías. Siento que he disfrutado muchísimo su compañía y me llevo el mejor de los recuerdos. Escribo estas últimas líneas porque siento que estoy llegando al final de esta desagradable enfermedad, me quedan pocas fuerzas y ya no puedo seguir escribiendo, creo que ya es hora de descansar.

Perdónenme por lo que voy a contarles.
Perdónenme por que siento que destrozaré su corazón y sus vidas. 
Perdónenme por tener que irme antes de lo imaginado.
Perdónenme por no seguir acompañándolos en los momentos más importantes de sus vidas.
Los amo mucho y siempre fueron y serán la razón de mi vida.