jueves, 23 de noviembre de 2017

Ese montruo no puedo ser yo

No recuerdo por qué estaba tan molesta ese día, solo se que lo único que quería era descansar y me senté para arreglarme las uñas. Tampoco recuerdo qué fue lo que me molestó tanto de mi hijo, que lo metí a la ducha y le dije que si no dejaba de llorar, lo iba a bañar con todo y ropa. Y así lo hice, mi cabeza me empezó a doler terriblemente y mi hijo no paraba de llorar. Fue en ese momento que exploté, le grité ¡Cállate! y le lancé la lima que tenía en la mano, clavándole en la columna, por que  lo que él hizo fue voltearse y cubrirse. Vi la sangre caer y ahí recién me di cuenta de lo que había hecho, me sentí la persona más miserable y malvada que pudiera existir. Entré en pánico y lo que hice fue huir.


Caminé todo el día, sin destino, tratando de asimilar lo que había pasado, no recordaba muchas cosas, sólo lo que le había hecho a mi hijo, no se si se me metió el demonio o qué, porque no estaba en mis cinco sentidos. No había manera de justificar lo que había hecho y lo peor, haberlo abandonado en ese estado, sin haberlo auxiliado.

¡Era mi hijo! ¿Cómo pude haber hecho eso? El sentimiento de culpa me atormentaba y lo único que quería era pedirle perdón a mi hijo y rezar para estuviera bien, ya que no podía retroceder el tiempo. 

No sabía si ir a la comisaria para confesar mi delito y entregarme, o ir a un manicomio para pedir ayuda; ya que, me daba miedo volver a cometer otra locura y más miedo regresar y saber que podría estar muerto. Mi remordimiento y culpa no me dejaban pensar, no sabía que hacer y cuando pasé por una iglesia vi que eran las 11 de la noche y sentí que debía volver.

Toqué la puerta muy despacio y con mucho miedo, sentí los segundos más largos de toda mi vida. Mi cuñada me abrió la puerta y me dijo: Antu, no sabes lo que ha pasado con Sebas. Miré a todos los que estaban ahí y estaban callados pero sin lágrimas, lo cual indicaba que mi hijo no había muerto. No saben el gran alivio que sentí, pero misma alma en pena, no dije nada, no saludé a nadie, empecé a caminar a pasos lentos, no tenía fuerzas y a las justas lograba permanecer de pie. 

Entré a buscarlo y lo encontré recostado en el cuarto de mi suegra, ella le estaba dando de comer en la boca, estaba vendado todo el pecho. Me vio y su cara cambió de inmediato, su expresión era de tristeza, miedo y odio al mismo tiempo. Quise acercarme para abrazarlo y pedirle que por favor me perdonara, pero antes de que de un paso empezó a gritar: ¡quiero que se vaya! ¡quiero que se vaya! ¡que se vaya!. Fue ahí que mi corazón se terminó de romper, mi cuerpo no resistió más y me desvanecí.



Al abrir los ojos, ya era de día y estaba acostada en mi cama, giré para el lado izquierdo y ahí estaba mi hijo, durmiendo al lado mio, lo destapé inmediatamente para ver su herida y no tenía las vendas, le dí la vuelta, revisé todo su cuerpo ¡no tenía nada!



Había sido un sueño o mejor dicho una pesadilla, nunca me había sentido tan feliz en mi vida, me tapé la boca para no despertarlo porque quería gritar y llorar de felicidad. Tenía tantas ganas de abrazarlo pero no quería despertarlo tampoco. Y de pronto se empieza a mover y me abraza. Mis lagrimas empezaron a caer de felicidad, sentí que mi niño me había perdonado.

Dios, tu que sabes lo que va a pasar. Te pido, te suplico, que antes de lastimar a mi hijo, impidas de cualquier modo posible, así me tengas que quitar la vida, para no causarle daño. Es lo que más amo en el mundo y es lo que más deseo proteger.

Los niños vinieron al mundo para ser amados, no maltratados.

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